lunes, 25 de abril de 2011

Santo Domingo y Libia, distinto el escenario, distinto tiempo, un crimen igual

Por Claudio Caamaño Vélez

Hoy los Estados Unidos amparados en la bandera de la ONU y de la OTAN continúan con su sangriento juego del poder económico mundial. La ambición del capital norteamericano no conoce límites en la carrera de la crueldad, su capacidad destructiva despiadada no conoce las fronteras del sufrimiento, ni de la muerte.
Por el petróleo que corre por los pozos petroleros de Libia, está corriendo sangre de su pueblo por las inocentes calles de sus masacradas ciudades. Los Estados Unidos han fomentado una guerra fratricida en la que los propios hermanos de patria libios se están batiendo a pedazos, limpiando el camino a las intenciones norteamericanas de extender un absoluto dominio sobre sus importantes pozos petroleros.
Hoy al igual que ayer la política imperialista yankee sigue engullendo en sus fauces insaciables y devoradoras los sueños y las vidas de los hombres, los deseos de libertad y progreso de los pueblos del mundo. Ayer nos tocó a nosotros alimentar la maquinaria bélica norteamericana con la carne de más de 20 mil de nuestros mejores hermanos, hoy le está tocando al pueblo libio, mañana no se sabe a quién le tocará, tal vez de nuevo a nosotros, quien sabe.
No  pretendemos defender al líder libio Muamar Gadafi, pues no tenemos los argumentos necesarios para consentirlo ni para condenarlo, lo que si tenemos más que claro es el crimen y la violación a los derechos humanos y a los principios generales del derecho internacional.
Debemos cuidarnos de tomar como bueno y valido lo que nos dicen las agencias noticiosas internacionales, pues estas en innumerables ocasiones han demostrado ser un instrumento de propaganda del imperio del norte, con el único propósito de defender intereses mezquinos. Así como divulgaron la falsa información de las armas biológicas y de destrucción masiva en Irak, lo cual se confirmó luego como una gran mentira, claro, no sin antes los Estados Unidos apoderarse de los pozos petroleros de Irak. Así mismo, esas mismas agencias de noticas divulgaron barbaridades sobre los héroes dominicanos de 1965, a quienes tildaban de violadores de monjas, de ladrones, de criminales, y de cuantas mentiras se les pudo ocurrir, todo esto para desmeritar la épica lucha de nuestro pueblo por la reivindicación de su soberanía y su libertad. Ahora que no quita que todo cuanto se está diciendo de las atrocidades del actual régimen libio no sean más que puras falacias, creadas para justificar un crimen injustificable.
En este momento, a esta precisa hora, están sobrevolando cielo libio los cobardes y despiadados aviones no tripulados “Predators”, los cuales son un verdadero ejemplo de la cobardía y la capacidad criminal norteamericana. Con una lluvia de fuego y explosivos sobre ciudades, hombres civiles, niños y mujeres inocentes, pretenden estar ondeando la bandera de la “justicia y la libertad”. Cuanta falsedad Dios mío!
Pero lo que mas nausea produce es saber que todo esto es solo para engrosar los bolsillos, ya bastante gorditos, de un puñado de empresarios, los cuales nunca han tenido siquiera el valor de sentir el olor de la pólvora que extingue en nombre de sus intereses económicos miles de vidas inocentes, ni mucho menos el valor de escuchar el estruendo de la bomba que consume en el infierno a toda una ciudad. Pues mientras sus marionetas de rameados uniformes destrozan el mundo, ellos están sonrientes es sus lujosas oficinas, calculando que tan rápido sube en valor sus acciones en la bolsa.
Si queremos ser crueles y apoyar esta criminal acción del imperio, adelante hagámoslo, pero  por favor no nos sentemos en palco de los ignorantes, no nos dejemos alimentar por la propaganda norteamericana.
Nunca olvidemos que lo que nos hace verdaderamente humanos es la capacidad de sentir en nosotros mismos la injusticia cometida contra otro ser humano, en cualquier parte del mundo. La sangre que corre por la venas de los ciudadanos libios, y que ahora se derrama a montones, es igual de roja que la que corre por nuestras propias venas.

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