Por Claudio A. Caamaño Vélez
Este tema que abordare no es fruto de una intromisión en temas de mi ignorancia, ni mucho menos. Es fruto de la meditación pausada y detallada de una problemática de la cual he sido víctima y parte. Durante los dos años que ejercí como profesor de media, me dediqué a observar los problemas que atañen al sector educativo.
Son evidentes las precarias condiciones con que se desenvuelven muchos de nuestros centros educativos a nivel nacional. Es verdaderamente lamentable la penosa situación por la que atraviesa el sector educación, cada vez más marginado y descuidado. Pues aunque de forma nominal parezca que esta igual, en la realidad va disminuyendo a medida que todo lo demás sube (alimentos, combustibles, alquileres, etc.)
Para nadie es un misterio el hecho de que nuestros gobiernos han mantenido en el rincón del olvido los problemas de la educación. Si ahora están en la palestra pública es por razones muy ajenas, y sobre todo contrarias, a los intereses de la clase gobernante.
Pero fuera de estos problemas que saltan a los ojos de todos, están algunos otros problemas, menos evidentes tal vez, pero igual de dañinos para el buen desarrollo del proceso educativo y de formación humana y profesional de los jóvenes dominicanos. Tocaremos uno, pues tratarlos todos sería objeto de un estudio mucho más profundo, y no sería reflejado en un articulito como este, sino en un tremendo librazo de varios tomos.
Si hiciéramos una encuesta en los cuartos de bachillerato de los distintos centros educativos del país, tanto públicos como privados, para evaluar el porcentaje a estudiar las distintas carreras que ofertan las universidades. Nos toparíamos con el sorprendente resultado de que mucho mas del 45% está indeciso, y más del 30% no tiene la mas mínima idea de lo va estudiar. Pero lo peor es que del restante 25%, la mayoría funda sus razones en criterios completamente fueras del aspecto vocacional.
Al final lo que nos queda es un inmenso ejército de jóvenes brincando de una carrera para otra, desperdiciando su tiempo y su capacidad productiva, un bando de frustrados avanzando en una carrera que no les interesa en lo más mínimo y que tal vez la van a terminar, mas por vergüenza que por orgullo.
Nuestros centros educativos viven alimentando la mente de nuestros jóvenes con una cantidad indeterminada de información, los tratan de convertir en genios en la teoría de la ciencia, mas en la práctica de la vida los dejan siendo unos completos analfabetos. Los preparan para pasar de curso, pero se les olvidan prepararlos para su paso por la vida. Muchas complicadas formulas y elaboradas teorías, pero para nada les explican que van a ser con ellas. Queremos formar genios en física, genios en matemáticas, genios en lengua y literatura, genios en naturales, y al final lo que formamos son un grupo de desempleados no saben cómo ganarse el pan que deben llevar a su boca para sobrevivir.
Me gustaría saber a ciencia cierta cuál es el porcentaje de las cosas que aprendemos en la escuela, que luego ponemos en práctica en el mundo real. Estoy seguro que es un porcentaje muy bajo. Uno vive generalmente de cosas que ha aprendido en “la calle” y no de las que hemos aprendido en nuestra “segunda casa”.
Como es posible que un joven que está a punto de ingresar a la universidad aun no sepa lo que va a estudiar… Eso debería ser una vergüenza para el esquema de formación educativa actual, el cual hay que reestructurar por completo.
Se debería comenzar por restar un poco de tiempo a esas materias que enseñan a vivir el mundo de la teoría y agregar algunas materias que preparen a alumno para el mundo de la práctica, el mundo real, el mundo en que hay que comer para vivir y ponerle combustible al vehículo para que ande. En ese mundo es que él va a habitar por el resto de sus días.
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